El crepúsculo de los dioses (1950)

Siempre es bueno repasar la historia del cine y ver quiénes inspiraron a los que ahora intentan no caer en el olvido. Billy Wilder -aunque no ser lo crea, mi querido lector- era un desconocido para mí, hasta que hace no mucho para mi vergonzosa indiferencia vi ‘Testigo de Cargo’ un filme lleno de maestría, humor y entretenimiento. Sencillamente eso de Wilder empezó a sonarme y me decidí a ir al grano con ‘El crepúsculo de los dioses’ que no de ‘los ídolos’ a lo Nietzsche, pero esto es un problema que viene por el cambio de título ya que los americanos sabrán que me refiero a ‘Sunset Boulevard’.

Dije que no haría sinopsis pero me parece tan interesante esta curiosa historia que no puedo evitar sumergirme unas líneas en ella. Un guionista (William Holden) acabado empieza conociendo a una antigua estrella del cine mudo (Gloria Swanson) que delira millonariamente con su viejo poderío y sueña con volver a la gran pantalla por el reclamo del público. La personalidad de la figura del cine -ahora recordada por todos- Norma Desmond es demoledora. Su vanidad y narcisismo mezclados con su debilidad y locura aportan una portentosa fórmula para este innovador filme de cine negro.

Era uno de los primeros largometrajes que retrataban exactamente eso: el ocaso de las estrellas de cine, de los que triunfaban y luego se veían sumidos en un sueño convertido en pesadilla. De esta cuestión hay mucho de cierto. Gloria Swanson fue la actriz encontrada con ese pasado real de triunfo en el cine mudo, aunque antes se consideraron Mary Pickford, Pola Negri así como Mae West, esto le da un carácter más real al personaje ya que era como interpretarse a sí misma. Además los numerosos cameos contruyen la fachada curiosa de la película: Hedda Hopper, HB Warner, Buster Keaton, Anna Q. Nilsson, Jay Livingston, Ray Evans (y la música del dúo) y Cecil B. DeMille que aceptó por 10.000 dólares y un Cadillac.

Hay un mensaje en este ejemplar relacionado con el cine, su metodología, el lujo, la fama y sobretodo el poder. Muchas almas hay implicadas hay en este mundo y solo hay una triste verdad que olvida el sufrimiento y por otro lado la satisfacción y disfrute que conllevan sus ajetreadas vidas. Esta es una película que trata -seriamente en realidad- esta cuestión, y que hace reflexionar con profundidad al respecto.

Sin duda el guión es fantástico. Desde la ironía y la crueldad, hasta la lástima y la comedia. El inicio inaugurado por la narración de un muerto es todo un detalle de Billy Wilder. Numerosas frases quedaron grabadas en las cabezas de los espectadores, casi todas provenientes de la boca de Desmond: ‘Yo soy grande es el cine el que se hizo pequeño’, ‘No hay nada trágico en tener cincuenta años, a no ser que se intente tener veinticinco’ o ' Señor DeMille, cuando quiera estoy lista'. Un papel memorable que no se acaba de comprender su alcance hasta el solemne y trágico desenlace, su expresividad y gestos y diálogo lo hacen inolvidable. 

No quiero dar detalles que destrocen la magia de la película que en realidad me parece espeluznante, empezando por el misterioso personaje de el mayordomo Max (Erich von Stroheim). Se podrá comprobar que el secreto está en el detallismo de este director y en el ingenio del guión.  Muchos sentimientos y sensaciones humanas encarnadas en la desgraciada Norma D como el rechazo al fracaso tras el triunfo de la juventud, abocado a la locura; la devoción observada en Max; la decisión entre el amor o el triunfo del dinero y poder en William y algunas cuestiones más.

Un largometraje para disfrutar y observar con lupa. Me temo que no lo he exprimido lo suficiente esta vez, por lo que volveré con más apreciaciones tras masticarlo y meditarlo pausadamente, aún así el primer visionado ha sido solemne e increíble. Nombrar las apariciones sonoras de Bach y Strauss.