Todavía no me ha pasado, pero fue así.
Todavía no me ha pasado, pero fue así. Me preparé para la ocasión bien elegante, marcando aquella fecha en el calendario, siempre había esperado aquella ocasión, y estaba muy nervioso, ya que no sabía cómo sería. Por desgracia fui yo solo: entré en aquel edificio moderno y espectacular que crecía frente a mí, y esperé a que en recepción se dieran cuenta de que quería entrar. Cuando accedí al salón había mucha gente. En él distinguí dos tipos: unos que seguían atareados y embotellados en sus conversaciones de gran importancia, y otros que a medida que iba cruzando la gran sala me miraban fijamente. El corazón me latía rápido, y mis nervios estaban jugando un gran papel. Mis ojos se cruzaban con miradas inocentes y melancólicas (algunas); otras egocéntricas y soberbias; había otras que me miraban incluso con ternura y afecto. Todo era un encanto bajo aquella lámpara de cientos de cristales, que me deslumbraba al alzar la vista. A pesar de toda la belleza que bañaba mis pupilas, yo seguía buscando. Mis zapatos resonaban en el suelo a cada paso. De repente todo se nubló, mi vista desenfocó la realidad: ya no era yo quien conducía mis pisadas. Y me paré. Creo que me temblaban las manos, y el alma me iba a estallar: porque allí estaba ella con todo su encanto. Era mucho más de lo que había imaginado, ahí permanecía eternamente a la espera de que llegara yo y la mirara y sonriera, como lo había hecho ella durante tanto tiempo. Aquel momento se convirtió en todo para mí. Ese instante me hacia comprender que todo el universo era para ella, y para aquella sonrisa sin palabras casi universal que hacía que nos entendiéramos como si fuéramos hermanos. Toda su fama no significaba nada para mí, era ella sin más: toda su hermosura. Lo que vi era indescriptible…
Ciertamente no sé qué pasó después, pero fue maravilloso. Supongo que esto sería lo que ocurriría al mirar de verdad a aquella obra de arte, que tantas veces había recortado de algún periódico, y me había guardado en el bolsillo.